El legendario cacique Chivilco o Chivilcoy, que habitó esta zona geográfica, en tiempos lejanos e inmemoriales…

El legendario cacique Chivilco o Chivilcoy, que habitó esta zona geográfica, en tiempos lejanos e inmemoriales…

octubre 17, 2018 0 Por archivol
Compartir

Óleo del destacado artista plástico y docente, profesor Eduardo Cabella, titulado: «El cacique Chivilco, junto a su laguna». (Cuadro, de la década de 1950).

La pagina evocativa de la fecha, la dedicaremos, a la curiosa y particular recordación, de un antiguo y legendario cacique, denominado “Chivilco” o “Chivilcoy”, quien habría residido, con su tribu indígena, en esta región del oeste bonaerense, bautizando así, nuestra zona geográfica. Se trata, en verdad, de una leyenda o de un mito, que se transmitió, por vía de distintos testimonios orales, a lo largo de un prolongado tiempo y de muchos años, pero, sin dudas, de difícil comprobación y, de una adecuada verificación histórica. De una antigua documentación, del siglo XVI, apareció el nombre de un cacique, llamado “Pibisque”, el cual, a raíz de una serie de transformaciones lingüísticas, se convirtió después, en “Chivilque”, “Chivilco” y, finalmente “Chivilcoy”. El estudioso y caracterizado historiador, ingeniero Mauricio Birabent, en el capítulo primero, de su ilustrativo y bello libro “El Pueblo de Sarmiento”, bajo el título: “El origen del nombre. El cacique epónimo. Etimología del vocablo”, señalaba: “La más difundida versión, acaso, por resultar la más simpática y la más sencilla, es la que explica el origen del nombre del lugar y del vocablo, en la presencia de un cacique pampa o ranquel, asentado con sus tolderías, en el referido punto, y transmitiendo fielmente a la zona, su apelativo pintoresco. Es la teoría que desarrolla el clásico tradicionalista Don Pastor S. Obligado, descendiente del primer gobernador de la provincia de Buenos Aires, en su conocida obra “Tradiciones Argentinas”. Obligado, en una narración histórica, que titula “La lanza de Chivilcoy”, refiere las andanzas heroicas del cacique “Chivilcoy”, acampado en la costa del río Salado, “donde hoy, la ciudad de este nombre”. El temible lancero ranquelino, en sus mocedades, habría sido un eficaz colaborador de las tropas bisoñas de Liniers (1807), contribuyendo, al frente de sus capitanejos y chusma, a la derrota de Beresford y sus “petos colorados”, que al son de pífanos y tambores, marchaban por segunda vez, a lo largo de los traidores tembladerales de Quilmes, sobre el caserío de Buenos Aires indefenso. Pero ese antecedente favorable, no impide, dice Obligado, que el mismo valeroso jefe, se transforme más tarde, en el azote de la región epónima. Cerca de allí, sobre el arroyo Saladas, a la altura de Navarro, en la estancia “El Talar” de los Almeira, donde fuera más tarde fusilado, el desgraciado Dorrego, existía, a despecho del salvaje, un pequeño núcleo persistente de civilización blanca, parapetado detrás de anchos fosos, coronados de cañones. Sobre ese puñado de valientes, se echaron un día los ranqueles salteadores y rapiñeros, encabezados por su jefe Chivilcoy, la melena al viento y lanzando alaridos siniestros. Los criollos se defendieron bien; al final, en combate singular con el cacique, dispersados los atacantes, Don Hipólito Almeira, atraviesa el pecho de bronce del ranquel, con su pesado sable”. La evocación, pues, del mitológico o legendario cacique “Chivilcoy” o “Chivilcoy”, que ahora, resurge en nuestro humilde recuerdo, desde el remoto silencio aborigen y el fondo, de toda nuestra historia lugareña.

Al Cacique Chivilco, por el procurador Carlos Armando Costanzo, fundador y director – organizador del Archivo Literario Municipal y el Salón del Periodismo Chivilcoyano.

Bien montado en su potro, como un hito de la historia, está allí, sobre la pampa, con su valor indígena, su estampa, y sus ojos de leguas e infinito… Firme en la paz, indómito en la guerra, anduvo el llano, el pajonal y el monte…. Avizoraba siempre, el horizonte, sabiéndose el custodio de su tierra. Largos años, luchó por su comarca, hasta que al fin murió, siendo un patriarca, junto a su vieja tribu y su laguna… El tiempo, se llevó la toldería… Sólo quedó, su sombra de vigía, velando noches de leyenda y luna.