El Hospital de Cirugía “General José Inocencio Arias”

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Fachada del antiguo edificio, donde funcionó, el recordado Hospital de Cirugía "General José Inocencio Arias", ubicado en la intersección de las calles Bolívar y Salta. En la actualidad, es la sede, del Museo Municipal de Artes Plásticas "Pompeo Boggio"; la Secretaría de Cultura, de la comuna, la Dirección de Educación y, el Archivo Literario Municipal.

Fachada del antiguo edificio, donde funcionó, el recordado Hospital de Cirugía «General José Inocencio Arias», ubicado en la intersección de las calles Bolívar y Salta. En la actualidad, es la sede, del Museo Municipal de Artes Plásticas «Pompeo Boggio»; la Secretaría de Cultura, de la comuna, la Dirección de Educación y, el Archivo Literario Municipal.

Evocamos hoy, a un destacado y prestigioso centro de salud, de nuestra ciudad, que a lo largo de varias décadas, de una intensa y fecunda labor asistencial, hubo de cumplir, una sostenida y muy apreciable trayectoria, al entero y total servicio de la comunidad chivilcoyana, el cual, sin duda alguna, es digna del mejor de los recuerdos rememorativos, y el más cálido y sentido homenaje. Nos estamos refiriendo, al Hospital de Cirugía “General José Inocencio Arias”, que se hallaba ubicado, en el inmueble, sito en la intersección de las calles Bolívar y Salta, donde en la actualidad, se encuentran las instalaciones del Museo Municipal de Artes Plásticas “Pompeo Boggio”; funcionando además, en dicho edificio, la secretaria de Cultura, de la comuna, la dirección de Educación y, el Archivo Literario Municipal. Dicho Hospital, contaba con el sostén y el patrocinio, de la “Sociedad de Beneficencia” de Chivilcoy, que había recibido, el 2 de diciembre de 1898, la correspondiente “personería jurídica”, otorgada por el gobierno de la provincia de Buenos Aires. En el año 1914, la citada Sociedad de Beneficencia, estaba presidida por el caracterizado médico local, Dr. Antonio Novaro, a quien acompañaban, en el resto de los cargos, el escribano Juan B, Cúneo, Horacio Martelletti, Lauro Díaz, Francisco Cores, Aquilino Osinaldi y Cayetano Molina. En tanto, componían el cuerpo médico, del mencionado organismo, los doctores, Santiago Fornos, Antonio Novaro, Pedro J. Uslenghi, Juan Oteiza, Julio Zunino, Pedro Acuña, Teodorico Nicola y Carlos Andrés Correa. El Hospital de Cirugía, para el desenvolvimiento de sus actividades habituales, disponía de dos salas: una destinada a varones, y otra, a mujeres; alumbrado eléctrico y el respectivo servicio de aguas corrientes. Los pacientes, que recibían la debida atención, eran de las más diversas nacionalidades: Además, de los propios argentinos, tenemos que mencionar, a personas de origen español, francés, árabe, ruso, belga, inglés, turco, etc., que en algunos casos, procedían de Buenos Aires, General Viamonte, General Villegas, Carlos Casares, Catriló, etc. En una “Memoria”, de la institución, es decir, un folleto, donde se brindaba un pormenorizado resumen y un balance, de la ardua labor cumplida, se informaba que, hasta el 31 de diciembre de 1914, se habían practicado, unas 302 intervenciones quirúrgicas, con el deceso de tres pacientes. Se trataba de un Hospital de Cirugía, por lo tanto, sólo ingresaban pacientes, para ser, posteriormente, operados, de diversas afecciones y patologías. Había que abonar una suma, de ocho o cuatro pesos, por día, según la situación económica del paciente, y en el caso de personas, declaradas “Pobres de solemnidad”, recibían una atención, de carácter gratuito.

Un sangriento episodio, registrado en el Hospital de Cirugía (1928).

En el mes de enero de 1928, hubo de registrarse, en las instalaciones del Hospital de Cirugía “General José Inocencio Arias”, un sangriento y trágico episodio, que conmovió a la opinión pública local, arrojando el saldo, de una persona muerta, y un herido grave. El diario vespertino “La Verdad”, del 19 de enero de 1928, señalaba que, dicho suceso, aconteció “Siendo las 13. 40, del 18 de enero, en el sanatorio “General José Inocencio Arias”, más conocido por sanatorio Fornos, el que está actualmente, para el servicio particular, a cargo de los doctores E. Gilardi y J. Martín, teniendo como encargado general y enfermero, al señor Roberto Rosales. Allí estaban internados, entre otros, José Vaccardi, italiano, de unos cuarenta años, y Julio La Scala, argentino de 19 años de edad, y domiciliado con su familia, en la calle General Alvear. Poco antes de la hora indicada, el enfermero Rosales, abandonó, por unos instantes, el local, y en esas circunstancias, se oyeron dos disparos de revólver, que alarmaron al vecindario. Varias personas, que acudieron inmediatamente al lugar, hallaron a La Scala, en el hall del sanatorio, junto a la entrada de la sala de hombres, con una herida en el costado izquierdo del cuerpo, a la altura del corazón; a raíz de la cual, dejó de existir, pocos momentos después. Mientras tanto, atraídos por gemidos, que provenían de la sala, algunos vecinos penetraron en la dependencia, donde comprobaron que el enfermo Vaccardi, se hallaba bañado en sangre. Inmediatamente, el señor Rosales, quien ya había regresado, solicitó telefónicamente, la intervención de la policía, y dio aviso al director del establecimiento. Pocos minutos después, concurrió el Dr. Gilardi, no tomando ninguna medida, hasta tanto llegara la autoridad policial, la que como siempre, se lució por su ausencia, pues hasta el momento de retirarse nuestro cronista, tres cuartos de hora después, de haber ocurrido el hecho, todavía no había tomado intervención alguna”. El relato periodístico, puntualizaba luego, que: “La investigación policial, a cargo del comisario Alcides Calvento, permitió comprobar que Julio La Scala, se había suicidado, empleando  un revólver marca Corso, calibre 32 corto, con el cual previamente, descerrajó un tiro al internado Vaccardi. Entre sus ropas, se halló una carta dirigida a un miembro de su familia, en la cual, daba cuenta de esa determinación. En cuanto a la agresión, al otro enfermo, a quien hirió gravemente, en la cabeza, se aceptó la hipótesis, de que la había realizado, por espíritu y razones humanitarias, ya que según versiones, La Scala, no podía soportar el sufrimiento ajeno, y sabía que su compañero de internación, padecía una enfermedad incurable”. La crónica del lamentable hecho, finalizaba subrayando que: “La policía, resolvió dar a publicidad, la carta del suicida, un temperamento que, prácticamente, nunca hemos visto adoptar, en similares casos. La nota de Julio La Scala, expresaba: Che, Celina, Me mato, porque me guié bárbaramente, desordenadamente y desastrosamente, en la vida, y porque tiré el dinero, como si tuviera agua. Lo único que les pido, es que me entierren en el nicho, de mi querida madre. Yo sólo sé, por qué me mato. Nada más. Firmado: Julio”.