Los mosquitos, en lunfardo
Cuando nadie los esperaba, llegaron sin anunciarse, los mosquitos…
Llegaron como una de las bíblicas y milenarias plagas del antiguo Egipto, para atormentarnos con sus molestos ataques, agresiones y picaduras…
Llegaron y están en todas partes, siempre atentos y dispuestos a descargar su furia combativa…
Allí están, siempre firmes y aguerridos, en las plazas, las calles, los casas, los patios y, los más variados ambientes, rincones y lugares, que consiguieron invadir e instalarse…
Allí están, super vigorosos y resistentes, a pesar del frío y las bajas temperaturas matinales…
Allí están, todo el tiempo, merodeando y martirizando a la gente… De día, de noche y en cualquier horario…
Allí están para recordarnos que, por más diminutos e insignificantes que sean, pueden perturbarnos y causar daño; que no existen enemigos pequeños – un microscópico virus o bacteria, puede provocar, algunas veces, la muerte -, y que hay seres humanos, con cerebros de mosquitos, capaces de cometer muchas maldades…
De todas las cosas de nuestro mundo terreno – aún de los mosquitos -, podemos obtener una moraleja y, una sabia y aleccionadora enseñanza…
Los mosquitos, por el procurador Carlos Armando Costanzo, fundador y director – organizador del Archivo Literario Municipal y el Salón del Periodismo Chivilcoyano, y miembro correspondiente de la Academia de Folklore de la provincia de Buenos Aires y la Academia Porteña del Lunfardo.
Se vinieron malevos, los mosquitos, / cayendo de sorpresa y en bandada; / un yorno aparecieron, de la nada, / jugándola después, de compadritos… / Nos coparon el rioba, muy malditos, / – los tipos se mandaron en picada -, / y yo, como una víctima estrolada, / traté de que se rajen, a los gritos… / Me invadieron la zapie y la catrera, / y entonces los corrí – batalla fiera -, / creyéndome un heroico San Martín… / Luego, quise hacer humo – mala pata -, / y por prender, bien piola, una fogata, / se me incendió al final, todo el bulín.