El particular y entrañable, Día de la Madre y de la Familia, nos aproxima hoy, por el camino de la gratitud, el reconocimiento y el homenaje, al noble y tan abnegado corazón de madre. Ese corazón, desbordante de amor, de íntimos sueños, y de entrega espontánea y generosa. Ese corazón, esforzado y sufrido, que en muchas oportunidades y ocasiones de la vida, todo lo da, sin recibir nada… Ese corazón, que tanto sabe de luchas, obstáculos, aflicciones y adversidades. Ese corazón, que antepone el cariño, la paz, el perdón y la misericordia, frente a los actos de agresión y violencia, los odios, las disputas y los antagonismos. Ese corazón, que nos regala su inmensa bondad y su palabra, tierna y comprensiva. Ese corazón, que nos escucha, en momentos difíciles; nos entiende; nos aconseja; nos ampara; nos defiende y nos acaricia. Ese corazón, que nos guía y conduce, a través de la senda del afecto, la humildad, los valores morales y la esperanza. Ese corazón, que nos enseña a ser hombre de bien, honrados y trabajadores. Ese corazón, que siempre sigue vive, a pesar de la muerte, el tiempo, el silencio, la ausencia y las añoranzas. Ese corazón que, late en el interior, del imponente y hermoso Monumento a la Madre, ubicado en la plaza Dr. Mariano Moreno, de nuestra ciudad. Dicha obra, perteneciente al gran escultor, docente y hombre público chivilcoyano, profesor Antonio Bardi (1909- 1988), se inauguró un domingo 16 de octubre de 1960.
Corazón de Madre, por Carlos Armando Costanzo, fundador y director-organizador del Archivo Literario Municipal y el Salón del Periodismo Chivilcoyano, y miembro académico correspondiente, de la Academia de Folklore de la Provincia de Buenos Aires, y de la Academia Porteña del Lunfardo.
Lo siento aquí, debute y palpitante, junto a un flor de recuerdo, que perdura; en el bulín, cachuzo y sin pintura, en el patio de ayer, que hace el aguante… Lo siento, de movida, a cada instante, con su dulce parola y su ternura, su emoción, que aún me chapa, lunga y pura, su hondo amor y su fe de laburante. Lo siento, siempre posta, todavía, con su cielo chipola, de alegría, y su voz que chamuya y no se aleja… Yo sé, que vive aquí – nunca ha partido -, y me copan su aliento y su latido: Es el cuore imborrable, de la vieja.
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