La solemne Semana Santa o Semana Mayor de la cristiandad, que nos recordó la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el Mesías Redentor o Salvador del Mundo, el inocente cordero pascual y el Divino Maestro; constituyó sin dudas, un tiempo ciertamente adecuado o propicio, para el silencio, la soledad y, la profunda y sincera reflexión espiritual. Una reflexión, que nos aproxima más a Dios y a la eternidad, distanciándonos del pecado, los vicios, la corrupción, el egoísmo, las ambiciones, la codicia, las miserias humanas y las vanidades terrenas, siempre tan fugaces y transitorias. Una reflexión que, en la paz, la quietud y el sosiego de nuestro hogar o aposento, nos lleva a buscar y a descubrir el auténtico maestro de enseñanza. Ese maestro que, nos diga: Bienaventurados los mansos y humildes; bienaventurados los misericordiosos; bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios. Un maestro que, nos advierta: Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros, vestidos de ovejas, pero por dentro, son lobos rapaces: Por sus frutos, los conoceréis, porque los hombres, al igual que los árboles, más allá de las palabras y las meras y superfluas afirmaciones verbales, se conocen y aprecian por sus frutos, realizaciones y obras. Un maestro que, en definitiva, pueda mostrarnos la senda del bien y de la luz, y nos guíe, como el pastor del salmo bíblico, por un camino de amor, consuelo, paz, alegría y bienestar. Esta nueva Semana Santa, de un modo espontáneo y sincero, nos ha invitado, a cada uno de nosotros, a ser, fundamentalmente, un poco mejores, en el quehacer diario y el desenvolvimiento cotidiano de la vida: Más buenos, más honestos, más justos, más generosos y más solidarios; reivindicando y resaltando los principios éticos y los valores morales, del amor, la humildad, la cultura del trabajo, la honradez, la justicia, el esfuerzo, el respeto, la educación, la nobleza interior, la caridad evangélica, la transparencia de conducta, y los auténticos y reales méritos. C.A.C.
Yo quisiera, un soneto de Carlos Armando Costanzo, miembro correspondiente de la Academia Porteña del Lunfardo
Yo quisiera – lo bato, francamente -, una Patria fetén, sin amargura, donde triunfe el honrado que labura, y por chorro, se encane al delincuente. Yo quisiera una Patria diferente, de amor posta, ilusión, morfi y ternura, sin más grupo, la injusta mishiadura, el bajón y la bronca, que se siente… Yo quisiera una Patria, sin afano, donde nunca un chabón, meta la mano, y florezca la dicha bien genuina… Qué nos copen la fuerza y la confianza, y así hagamos, con lucha y esperanza, la debute República Argentina.