La deliciosa e imborrable infancia, con todos sus cautivantes e indelebles recuerdos, su honda magia, su particular encanto, su especial ilusión, su pureza y, su inagotable ternura, se halla también, viva y presente, en la voz canyengue y arrabalera, el corazón de barrio, y los mejores sentimientos y emociones del acento lunfardo. Esa infancia, que siempre nos aproxima, a un fascinante y singular mundo de ensueños y fantasías, de candorosa paz, de inocencia, sencillez, simpleza, bondad y gran dulzura; tan lejos de las maldades, los egoísmos, las bajezas y las múltiples miserias terrenales. Esa infancia que, cada día, desde un recóndito y edénico rincón de nuestros corazones, nos está invitando, de un modo cálido y afectuoso, a ser personas más humildes, nobles, justas, humanas y solidarias, con un gesto fraternal, de amistad, entrega y vocación de servicio, hacia el prójimo y los semejantes. Bien lo subrayaba, el propio Jesús, en las páginas y el candoroso mensaje del Evangelio: “Dejad a los niños, venir y a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el Reino de los Cielos. Os aseguro que, si no os convertís en niños, no entraréis en el Reino de Dios”. Esa infancia, que nos llama a recuperar los principios éticos y los valores morales y espirituales; el amor, límpido y sincero; la conciencia y la cultura del trabajo, el esfuerzo, el estudio y, los reales y auténticos méritos; la honradez y la rectitud, en nuestros distintos procederes y acciones; la verdad, en nuestras palabras; la solidaridad y la transparencia… Esa infancia que, nos acerca a las cosas, positivas y edificantes, de la existencia, distanciándonos, de las ruindades, las villanías y las corruptelas. Esa infancia que, nos propone un cambio interior, dejando atrás, nuestras malas y deleznables actitudes, para ser entonces, más buenos, más honestos y más fraternales. Esa infancia que, nos pide un instante de reflexión, a fin de recobrar el correcto rumbo, de un luminoso camino de felicidad y esperanza. Esa infancia que, por un momento, nos llena de una profunda y extraordinaria alegría… Esa infancia que, de una forma fiel y constante, nos repite las lecciones y enseñanzas, de los viejos y amarillentos libros de lectura, de nuestra escuela primaria: El amor, el respeto, la educación, el trabajo, el ahorro, los hábitos de la lectura y el estudio, el pensar en los tiempos venideros y el futuro…
Volver a la infancia, por Carlos Armando Costanzo, fundador y director organizador del Archivo Literario Municipal y el Salón del Periodismo Chivilcoyano, y miembro académico correspondiente de la Academia Porteña del Lunfardo.
Quiero volver al rioba del purrete, y a los yornos chipolas de la infancia, a pesar de las yecas, de distancia, donde anduve rajando, como cuete. Quiero volver al sueño del pebete, la matina feliz – cielo y fragancia -; un cacho de ilusión y de vagancia, la pelota y el posta barrilete… Quiero volver, a tanta travesura, una simple parola de ternura, facha alegre, paisaje luminoso… Y en un bulín, de mágico cariño, de pronto, che, melón, sentirme niño, con el cuore más bueno y más dich